Levantas la cabeza y allí esta, es tu objetivo pero está custodiada por cientos de manos… Tus piernas ya no son tan rápidas llevan más de cuarenta minutos corriendo al 150%, saltando como si fuera el primer minuto. Tu muñeca está más caliente que antes pero, después de 25 tiros le va costando resolver con la misma facilidad.
Pero sabes lo que os ha costado llegar hasta aquí, sabes que habéis tenido que remontar más de veinte puntos, sabes que se lo debes al equipo. Porque la ilusión y la intensidad del primero al último de los cinco hombres de la pista es la misma que cuando saltaron al campo. Porque el banquillo sigue pidiendo más fuerza y con más fuerza que nunca.
Y allí estas tu con el balón de la última posesión, necesitáis la canasta pero no eres el mejor lanzador y el aliento del público te presiona más de lo que te ayuda. Levantas las cabeza y allí esta, es tu objetivo pero está custodiada por cientos de manos quedan escasos segundos, fintas el tiro de una manera que desconocías que sabias hacerlo y ves que un compañero está solo, tienes un tiro fácil. Pero el esta aun mejor colocado, lanza y… sabes que no va a entrar pero un impulso sobrenatural que desconoces de donde sale te hace correr hacia la canasta, coger el ultimo rebote y tirar antes de que se acabe el tiempo.
Habías marcado el punto que os permitía clasificaros para el play-off. Ni en el mejor de tus sueños podías haberlo imaginado así. Pero había salido porque tenía que salir. Eres el suplente del suplente, pero habías resuelto como una superestrella de las que estabas acostumbrado a ver por la tele, estabas en una nube. No sabías que a tu alrededor todos tus compañeros saltaban a tu lado, que todo el pabellón gritaba tu nombre. A tu padre se le llenaba la boca mientras entre lágrimas decía que eres su hijo.
Donde antes eras el chico nuevo, el reservado con cara de pocos amigos, quizás un poco “pardillo” ahora eras el héroe, y nadie te había regalado nada, todo era fruto de tu esfuerzo diario, pero tu humildad no te permitía decir otra cosa que no fuera “no sé qué ha pasado, no era dueño de mi cuerpo”.
Tu peso en el equipo creció, creció mucho pero tu seguías siendo ese chaval callado, que llegaba media hora antes a entrenar y cuando se terminaba se iba a jugar a otra cancha solo, hasta que la luna y las estrellas te arropaban y te llamaban para cenar.
El baloncesto te hizo crecer y no solo hablo de centímetros, creciste como persona, amigo de tus amigos, y compañero excepcional un “tío” corriente de los que marcan puntos decisivos y desvían los flases a sus compañero, pues sin ellos decías, no habríais llegado hasta ahí. Sencillamente eras lo que realmente es un jugador de baloncesto.